– Smashing Pumpkins, Nirvana, Alice in Chains, no manches éstas son mis rolas ¿pues qué estación es?

– Ehm, 91X, ¿sí la haz oido? la de San Diego

Y mi mente me llevó a esa radiograbadora gris que usaba en mi adolescencia para escuchar «mis rolas», 20 años después seguían programando estas mismas canciones en la misma estación. Íbamos en el jeep que nos regresaba al Rancho Casián desde la Meseta a los que habíamos abandonado el UBT en esa primera edición del 30 de marzo de 2014. El mismo conductor de ese jeep me ofreció ahora 5 años después una hamburguesa en el checkpoint del kilómetro 50.

El Ultramaratón Baja Trail es para mí el evento de trail más esperado para mí por decenas de razones. Para empezar es organizado por corredores de montaña entusiastas, y apoyado por voluntarios igual de entusiasmados de dedicar su día libre para que los corredores disfruten de su carrera y no falte nada para lograr su objetivo.

Foto por Sergio Schmidt

Ya eran las 4:30 de la mañana y estaba Leslie en friega acomodando mesas, sillas y dejando todo listo para el inicio. En punto de las 5 de la mañana Rosario y Saúl ya estaban haciendo el check in y se les miraba de buen humor, brindando los mejores ánimos y resolviendo dudas de los corredores en inglés y en español. Yadira, Rogelio y más estaban recibiendo los drop bags y maletas para el guardarropa. Antonio y Germán preparaban el micrófono para dar las instrucciones finales antes de iniciar. Y ahí vamos a la salida.

Pasando un poco después de las 6 aún de noche damos inicio con los aplausos y vivas de cientos de familiares y amigos que rodeaban las vallas que nos encaminaban a la ruta. No consideré necesario encender la lámpara pues con el contingente de corredores había buena iluminación. En la desviación donde el camino ancho nos lleva a los primeros cerritos ya estaba Arelí animando a todos cuando no había rastro siquiera de los primeros rayos del sol. Aún platicaba con Mayo entusiasmado, convencido solo de una cosa: terminar este reto de 80 kilómetros a como diera lugar.

Yo iba bastante cómodo, yendo a mi paso sin apresurarme ni presionarme. Estos senderos son bastante corribles y disfrutables así que solo me dedicaba a eso. Los estragos de las enfermedades de las últimas semanas empezaron a hacer acto de presencia con esta mañana fresca pero no tenía mayor problema antes de llegar al primer checkpoint del kilómetro 6. Con mucho ánimo nos recibieron y solo necesitaba una papa cocida bañada en sal que digerí en un segundo y ya estábamos de nuevo en ruta. Hacíamos cálculos y nos dimos cuenta que prácticamente éramos el grupo de retaguardia, tan solo un americano veíamos más atrás de nosotros. No hay problema, seguimos a nuestro paso descendiendo estas cordilleras fabulosas ahora sí con el sol iluminándonos mejor. Allá abajo nos sorprendimos en el kilómetro 10 aproximadamente cruzando el riachuelo rebasándonos a toda velocidad Ricardo Mejía e Iván Santana quienes iniciaron su carrera de 50 kilómetros media hora después de nosotros. Ahora la sorpresa de la ruta eran «Las Zapatillas» donde nos encaminaron a un cerrito por veredas «offtrail» también muy bonito que ahora después de las lluvias de las últimas semanas lucían verdes resplandecientes. Ya más cerca se miraba la Meseta y nos adentramos en lo que hasta hace algunos años era prácticamente un bosque antes del incendio mientras dejábamos pasar a quienes venían con mejor ritmo que nosotros. Seguimos ascendiendo hasta llegar al segundo checkpoint del kilómetro 13 donde tomé más agua y me desayuné como 3 trozos de sándwich de jamón que me supieron deliciosos. Me animaba con mis amigos Pau, Edson, Ricardo e Ingrid que como siempre nos dieron ánimos todo el tiempo que nos topamos. Ya para salir fue imposible perder oportunidad de saludar a Sergio para salir bien en la foto de Action Shot TJ pero había que subir la Meseta. Ahí empezando la cuesta también saludamos a Manuel Ayala que nos tomaba también foto para el recuerdo.

Aunque ya estaba calientito por la luz del sol no quería quitarme la chamarra aún pues sabía que el viento allá arriba me sacaría de quicio y así fue. A medio bajar de la Meseta ya con el sol encima decidí que era el momento de «cambiarme» y me aparté de la ruta para no estorbar a nadie y sin saber nada solo sentí cientos de agujas en mis piernas. Salté hasta que logré treparme en unas piedras pero no tenía idea que era hiedra lo que alcancé a sentir. Traté de tallarme con los plásticos que cargaba por si me hacía algún tipo de efecto peor pero afortunadamente no pasó a mayores. Regresé a la ruta ya ataviado con mi gorra y lentes oscuros con mi chamarra ajustada a mi mochila para dejarla secar y ya veía el tercer checkpoint del kilómetro 16 y medio, el de los Wanna’s.

Coloqué mi brazo para que me pusieran mi segunda pulsera con la que había de comprobar que pasé por este punto y me dí cuenta aterrorizado que no tenía la primer pulsera amarilla que nos dieron en el check in antes de salir. Preocupado le conté a Zuluz de la situación e inmediatamente dió aviso y pude notar que le respondieron por radio de varias estaciones «de acuerdo, Gabriel Flores perdió la pulsera amarilla» y no cabía de la pena. Aproveché para llenar de agua la mochila, comer un poco más de papas y así continué el camino esperando no hubiera más repercusiones de mi descuido. Lo que seguía para mí era lo más pesado de la ruta, no tanto «la matona» sino llegar a ella que son como 4 kilómetros de caminos un tanto técnicos y tediosos a la vez. Allá abajo teniendo de frente esa imponente subida vimos pasar ya de regreso a Adán, nos gritaba preocupado que si llegáramos a ver una pulsera negra antes de la subida se la guardáramos. «Bueno, al menos no fuí el único» pensé para mí. Ahora, imagínate una colina empinada, de terreno lodoso ahora seco, estamos hablando de un grado de pendiente de 38.5% prácticamente de agarrarte con todo y uñas para subir. Pero en esta ocasión tenía unos bastones de montañista que me regaló Claudia años atrás y que ahora sí que aproveché. El detalle es que con ellos distribuyes el esfuerzo necesario para subir con los brazos y así no le das tanta batalla solo a las piernas. Por eso, esta subida la subí sin problemas, claro que me costó pero ya sabiendo a que me enfrentaba y con la ayuda de los «poles» fue más sobrellevadero.

Lo que seguía eran ahora los zig zag pero bueno, ya lo esperaba y no me fue tan mal tratando de salir de ellos. Mientras tanto ya varios corredores venían de regreso y nos dábamos ánimos mutuamente pero ya, por fin llegaba al checkpoint de la base del Cerro del Coronel con Marix ya en el kilómetro 25. Desde que incluyeron en la ruta este cerro me acostumbré a allá arriba en la punta tomarme un medio litro de suero. En esta ocasión me traje la botella vacía para aquí llenarle el agua y subir ahorrándome así la carga extra de líquido durante el camino. Ahora sí, había que subir y la línea de conga se miraba muy divertida para llegar a la cima. Es tan solo un kilómetro si acaso, pero tardas en llegar como media hora por lo complicado del trayecto. Igual daba y recibía ánimos hasta que por fin llegué a las rocas que definen la punta del Coronel. Ahí me tomé un momento para simplemente admirar el paisaje mientras comía el delicioso pan lemba (así le llamo yo, aunque era un Cliff bar) que me regaló Alejandra antes de iniciar. Me tomé mi suero tranquilamente y hasta selfie con Grace tuve chance. Pero ya, la meditación tenía que terminar pues había de continuar la carrera. Camino abajo cuidándonos de no caer platicaba con una americana que me decía que no esperaba que fuera tan complicada la ruta, que le gustó muchísimo pero sí estaba teniendo ratos muy pesados. Regresamos al checkpoint y ahí por alguna extraña razón estuve tome y tome Ginger Ale que me supo muy sabroso. Ya era necesario un baño con agua helada usando la esponja y allá vamos de regreso.

Foto por Rouss Calderón

Por lo menos ahora era de bajada y pude trotar un poco más. Por las personas que nos pasaban o que apenas iban al Coronel pude deducir que seguía siendo de los últimos de mi ruta de 80k. No es problema, sigo con muy buen tiempo (una hora de ventaja con respecto a la hora de corte) y me siento bastante bien. En el arroyo en la parte más baja (y de hecho en cualquier corriente de agua que me encontrara) aproveché para mojarme las piernas y así refrescarme un poco más. Pero todavía faltaban como 4 kilómetros colina arriba para llegar al checkpoint. Ahí iba a mi paso cuando de la nada me rebasa Erica que estaba muy contenta de hacer 50k en la Baja, aún cuando hacía pocas semanas había hecho otro ultra de 50 kilómetros en Los Angeles. Así fue este trayecto, algunas veces rebasando y otras me pasaban pero eso sí, con bastante fuerza todavía para llegar. Hasta que por fin, en la base de la Meseta llegué al Bosque Wanna’s del kilómetro 36 en la ruta.

Estaba Magally apoyando a los corredores, me explicó que tuvo problemas al bajar de la meseta que le impidieron continuar entonces para aprovechar el tiempo se dedicó de voluntaria en lo que llegaba la hora de regresar. Le agradecí el esfuerzo y después de cargar más agua me tomé agua y soda que me acercó Araceli pero ya tenía que emprender el camino de vuelta. Ahora el camino estaba más soleado, ni modo, pero seguía con buen ánimo. Hasta llegar a la cuerda. Es una pendiente relativamente corta (no creo que más de 100 metros) pero es tan vertical que los organizadores colocaron una cuerda para auxiliarnos en el descenso (y ascenso). Ya habían explicado que no era para escalarla con la cuerda sino para no perder el equilibrio, aunque a mí la verdad nunca me ha gustado usarla. Prefiero usar mis pies y manos sabiendo exactamente de que me estoy agarrando para evitar una caída. Y bueno, ya abajo continuaba un trail bastante bonito donde las copas de los árboles cubrían del sol en un terreno verde bordeando el río que desciende de la montaña. Después todavía faltaban algunos kilómetros en subida para llegar al checkpoint de la Rumorosita y ahora nos encontrábamos con los corredores de la carrera de 30k. Algunos con mucha fuerza y otros no tanto, pero no dejábamos de darnos ánimos. Ya llegando al punto de abastecimiento del kilómetro 44 me estiré para descansar un poco y yo ya quería llegar. Me sorprendí de que Germán también ya venía conmigo a la meta. Yo ya sabía que es corredor pero ahora era distinto cargando 4 kilos de equipo fotográfico en su mochila. Pues aún así se escapaba a ratos y me alcanzaba a tomar fotos adelante de mí. Toda esta parte de la ruta para mí es ya darme cuenta que estoy a punto de llegar, así que tenía mucho mejor ánimo. Y mucho más cuando a menos de un kilómetro para llegar me encuentro con Rose ofreciéndome una Ultra que acepté gustoso.

Por fin llegando a la meta con mucha gente apoyando y aplaudiendo a quienes terminaban llegué al checkpoint del kilómetro 50, unos metros antes del arco de llegada. Ahí me recibieron Saúl y Rosario quienes decidieron quedarse a apoyar aún casi 11 horas después de su arribo al Rancho Casián. Me sentaron en una silla al lado y me sentí como rey: Ilse y María me masajeaban una pierna cada una, Arrona me acercó un bote de cerveza que me terminé de un trago, Germán me acercó agua y soda, mi prima Edith me dió chocolates y wipes para el camino y además Omar, aquel que hacía 5 años me transportaba de regreso en el bus de los DNF, ahora me ofrecía una hamburguesa. Era increíble el nivel de atención, pero estaba más enfocado en regresar a la ruta pues en mi mente sentía que si me quedaba cómodamente me iba a querer quedar y no salir. Me despido agradeciendo a todo mundo, y ahí voy.

Es distinto el camino ahora con el sol arriba de tí quemándote pero también por toda la gente dándonte ánimos ahora en la segunda vuelta. Ahí justo en la última subida para quienes ya van a la meta me topo con un chica que parecía estar desesperada por terminar y que tuvo que tomarse un momento para descansar. Le dije «te voy a contar un secreto, aquí saliendo de esta colinita ya solo es bajada y llegas en menos de un kilómetro» y le cambió la cara, se animó y le siguió. Yo apenas iba pero eso me hizo animarme más. Mi meta era terminar este reto y así estaba lográndolo tratando de tener la mejor actitud. Llegando a la Rumorosita de nuevo ya en el kilómetro 56 comí muchas papas fritas, necesitaba sal en el sistema y volví a tomar Ginger Ale. Cada que llegaba a cualquier checkpoint preguntaba por mis amigos y me dijeron que Mayo hacía menos de diez minutos que había salido.

No se trataba de alcanzarlo, toda la carrera estuvimos como quien dice acompañándonos aunque tuviéramos 1 o 2 kilómetros de separación, pero me daba gusto que él y mis amigos continuaban muy bien la carrera. Ahora seguía continuar por las veredas en los picos de los cerros cuesta abajo hasta llegar al «ahorcado». A estas alturas corríamos juntos Arévalo y yo que ya no soportábamos las plantas de los pies. Me sentía sorprendentemente bien con la respuesta de los músculos de las piernas (y brazos) pero lo que sí estaba causando mella era el impacto de los pies en estos terrenos. Ya llegando de nuevo a la subida con la cuerda mis bastones simplemente no eran para esto. Lo que tuve que hacer fue aventarlos para arriba y ya yo subir escalando esas piedras en vertical. Llegaba a los bastones y otra vez aventarlos unos metros más arriba para continuar subiendo. Así por fin llegaba de nuevo al punto del bosque Wanna’s, ahora en el kilómetro 63. Ahora tenían carne recién asada y con todo el gusto me fuí comiendo un pedazo. Esta era la última vez que los miraba así que me despedí agradeciendo su tiempo y disposición de ayudar.

Subiendo la Meseta (ahora por la cara este) tuve que dedicarle un tiempo a buscar mi pulsera amarilla donde horas antes que me había cambiado la perdí. Y pues no, no la encontré, quizás porque ahora no me metí de lleno a la hiedra pero no tenía ningún interés en volver a sentir esos aguijones punsándome las piernas. Aproveché la interrupción para ponerme de nuevo la chamarra pues ya sentía más fuerte el viento fresco y no quería que me agarrara desprevenido el frío en la obscuridad. Yo le había dicho a Arévalo que ya en el siguiente checkpoint ahora sí tendríamos que ponernos las lámparas en la cabeza y allá arriba solo mirábamos el sol ocultándose en el horizonte del Pacífico. Por fin estábamos descendiendo y miraba abajo (muy abajo) el penúltimo checkpoint. Esto me daba más ánimos pues ya quería tener comida caliente que estaba seguro tendría Ingrid ahí, y felizmente sí estaba. Llegando por fin al punto del kilómetro 67 lo primero que Ingrid me acercó fue un vaso de sopa caliente. Pau me atendía de maravilla llenando mi botella de suero, Ricardo me cubría con una manta y todos tenían algo para mí listo. Entonces al son de «mientras más pronto me vaya, más pronto llego» me despedí de mis amigos y continué la ruta. Ahora sí con la lámpara encendida.

Yo solo miraba los estrovos y luces de un par de personas enfrente y atrás de mí a unos 2 kilómetros pero yo iba en mi carrera a mi paso, sin tanta preocupación. Recibí entonces una llamada de mi hermana que preguntaba como me estaba yendo después de notar que el seguimiento de la carrera en Endomondo se había detenido. Le contesté que me sentía fuerte y con muchos ánimos de terminar de mejor manera. Llegué a un punto en la base de la subida a la Meseta donde estaba ya listo esperando Edson a los últimos corredores para cerrar con ellos la carrera. Y es que la organización siempre tiene conocimiento y total detalle de los corredores, en todas y cada una de las ediciones de este Ultramaratón siempre ha sido así. Le agradecí su esfuerzo y continué ahora bordeando el río que lleva al complejo residencial que están construyendo en estos terrenos. Seguía una etapa de la carrera donde ya estaba mentalizado en que el ascenso sería tedioso pero la ventaja era que estaba en total obscuridad, solo miraba los reflejos de las marcas reflectivas que colocaron en la ruta conforme me acercaba a ellas. Y allá a lo lejos (bastante muy lejos) logré ver las luces del último checkpoint y me animé a seguir subiendo apoyándome en los bastontes. A lo lejos detrás de mí miraba las 3 luces de Ricardo, Jorge y Rigo apresurando el paso pero bueno, yo lo que quería era llegar ya. Y por fin llego al punto del kilómetro 74.

Ivonne me recibe con quesadillas recién hechas, prácticamente sin masticar me pasé una. Tomé rápidamente agua y no quise dejar pasar más tiempo y me lancé cuesta abajo después de un «señores, ¡muchas gracias por todo!» Esta parte de la ruta es la que menciono siempre que es más corrible y así estaba, corriendo estos últimos kilómetros. De pronto frente a mí noto unos destellos de algo moviéndose. Me detengo y era una chica preguntándome si estaba bien la ruta. Le respondo que sí iluminando con mi lámpara al vacío y haciéndole notar los reflejos de las marcas que definen la ruta. Me causó curiosidad que no tuviera su lámpara encendida aunque a decir verdad a estas alturas ya estaba la luna muy brillante y salvo para iluminar los reflectivos, en realidad no era necesaria la luz de la linterna. Así continuamos cada quien en su carrera siguiendo por los caminos que demandaban las últimas subidas. Yo tenía más ánimos, veía muy cerca la meta. Ya había apagado minutos antes los podcasts y música que llevaba pues quería escuchar todo el camino estos últimos momentos. Imaginaba de nuevo llegar a la meta y tener a mi familia recibiéndome. No sé, es algo que siempre he imaginado que me da mucho más ánimo para cerrar con fuerza. Entonces llegué al punto donde horas antes le conté a la chica que era el último kilómetro. Y me solté.

Seguí corriendo, digo, era cuesta abajo pero kilómetros atrás procuraba guardar mejor el ritmo. Al llegar al entronque con el camino ancho ahí sí no hubo manera de detenerme. Corrí iluminado por los faros de un carro que iba detrás de mí. Yo no quería dejarme y continué corriendo estos últimos metros. En la vuelta de la esquina antes de llegar al Casián me di cuenta que era una camioneta de rescate que estaba custodiándome por lo que les agradecí bastante el acompañamiento. Ya miraba la meta enfrente. Estaba todo totalmente oscuro (ya eran más de las 9 de la noche) pero la luz en la meta era clara y estaba enfrente de mí. Corro y doy el paso por el tapete para marcar la culminación de los 79.5 kilómetros de este Ultramaratón Baja Trail del 2019.

Foto de Isabel Mata

Estaban todos mis amigos. No solo Isabel, Adán, Martha, Marco y Mayo quienes terminamos la carrera sino también Magally, Edgar, Ricardo, Karina, Ingrid, Paulina y muchos más que ya habían regresado de sus puntos de abastecimiento. Saludaba a todos y no me había dado cuenta de algo. Estaba mi mamá, mi hermana y cuñado ahí para recibirme. Los abracé a todos y no podía estar más contento. Pero había más sorpresas. Además de la medallotota que avalaban completar los 80 kilómetros en tiempo y forma me dieron un tubular conmemorativo del evento. Y no solo eso, el director de la carrera, Antonio Ríos, me ofreció una sudadera de la carrera en agradecimiento por haber concluido por 5 años consecutivos este ultramaratón. Y es que después del abandono en el kilómetro 25 ese año 2014, todas las ediciones posteriores las terminé apropiadamente. Y a decir verdad, esta edición fue la que más disfruté. Cuando me he mentalizado a no tener presión alguna, todo lo demás está de sobra. La satisfacción de terminar el reto (en tiempo y forma) es el logro.

Un comentario sobre “Vamos a correr – #ubt80k2019

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